Se conocían de vista, nada más. A veces coincidían en la parada del ómnibus o en la procesión de Santa Rosa. Pero nunca antes se habían encontrado de frente, como aquella noche de carnaval, hace cuatro años, en el baile de Los Puestos. Carla Ivana Leguizamón tenía 16 años y Luis Alfredo Zelaya, 22. “Él me saca a bailar y empezamos a conversar. Era distinto a los otros chicos, me gustaba su forma de ser, de decir las cosas de frente, sin vueltas”. Enfundado en su traje de novio, Luis la busca con la mirada. Los flashes lo enceguecen. No puede moverse de la camilla, de la que cuelgan dos bolsas de sueros. Apenas sonríe, pero está feliz. Hoy lo operan de la columna, pero él ya ha cumplido el sueño de casarse con el amor de su vida.
La terapia intermedia 2 del hospital Ángel C. Padilla es un salón de fiesta. Ramilletes de globos blancos y morados cuelgan del techo. En una esquina dos tortas compiten por el mejor merengue. Los souvenires que adornan las mesas son corazones rojos de cartulina fabricados por las enfermeras, los médicos y el personal de la sala, que han organizado todo.
“Hace tiempo veníamos pensando en casarnos, pero como mañana (por hoy) le tienen que hacer una operación bastante riesgosa, él me ha pedido que nos casemos ahora nomás”, cuenta Ivana. Habla tomando la débil mano de su esposo, la que tiene el suero y también el anillo recién bendecido por el capellán del hospital, el padre Sergio Costilla. Con la otra mano la joven de 20 años se aferra a su ramo de rosas amarillas, blancas y color salmón, que resalta con su vestido inmaculado.
Ivana es pura sonrisa. Es la novia más feliz del mundo. Ni siquiera ha tenido que sacar un pañuelo durante el canto del Ave María, cuando se hace el intercambio de anillos, al que la multitud que los rodeaba asistía con recogimiento. Hasta las enfermeras lloraban, en la ceremonia religiosa y en la civil también. Al juez Pedro Antonio Núñez se le quebró la voz después de casarlos. “Soy juez de Los Gómez y subrogante de Villa de Leales, de donde son estos jóvenes -explicó-. Allá son muy conocidos, por eso me emociona tanto”.
Núñez había llegado agitado, casi una hora después de lo esperado, porque le habían dicho que el acto era en el hospital Centro de Salud, donde había estado internado Luis antes de ser trasladado al Padilla, hace cuatro días. ¡Me habían dicho que era una cosita así nomas, pero esto es más que una fiesta grande!”, exclamó el juez y explotaron los aplausos.
Tanto los testigos -Claudia Lorena Juárez y Sergio Giménez- como los padrinos - Carlos Décima y Ángela Juárez- son de Leales. Los padres de Luis, Hortensia Acosta (ama de casa) y Alfredo Zelaya (jornalero), de Los Quemados, donde nació el novio, eran los más emocionados.
Luis tiene 26 años y trabajaba como chofer de un auto rural cuando se enfermó gravemente. “Siempre ha sido un buen hijo (es el segundo de cuatro). Hubiera querido que esto fuera de otra manera, pero me da felicidad verlo a él feliz”, dice Hortensia con los ojos inundados.
El segundo casamiento
La doctora Olga Fernández, directora del hospital también estaba emocionada. “Este es el segundo casamiento que se realiza en el hospital. Para nosotros el eje principal es el paciente y estamos trabajando en la humanización de los cuidados intensivos que incluyen al paciente, a su familia y al equipo del hospital. Por eso también hacemos encuentros de la familia y el paciente al aire libre, junto con el personal. Queremos darle un espacio diferente al de las cuatro paredes de la habitación”, explica.
Hace menos de cuatro meses, el 27 enero, Ailin Rugiero, una adolescente de 17 años que padece mielitis (una enfermedad degenerativa), se casó con Mauricio Sing, en el mismo hospital. Ailin estaba embarazada y ahora están bien y viven junto a su bebé, contó la médica.
Ivana y Mauricio pueden dar fe de que el amor es más fuerte que cualquier enfermedad. “Antes de ponerme de novia yo sabía la enfermedad que él tenía, él me lo ha contado el día que nos conocimos. Pero a mí nunca me ha importado eso, yo soy feliz con él. Lo he acompañado desde el primer momento, hemos ido juntos a Buenos Aires a hacer el tratamiento y yo lo he acompañado cada vez que venía a la ciudad para la quimio”, dice con serenidad. Ivana hoy sólo tiene un sueño: “que todo vuelva a ser como antes”.